viernes, 2 de agosto de 2013

DULCE REENCUENTRO

Cuando somos niños es cuando realmente recorremos el camino más largo hacia “lo que queremos llegar a ser”. Muchas cosas de nuestra infancia, aunque aparentemente se muestren olvidadas, están ahí y son las que nos han hecho prosperar, ser quienes somos hoy en día.


Yo, como muchos, crecí con la saga de Harry Potter muy presente. Con tan solo 5 años, antes de hacer la preciada siesta, mi padre me leía pequeños fragmentos de los libros que habían hecho que J.K. Rowling pasase de ser una joven que escribía en los cafés cuando conseguía que su hija Jessica se durmiera, a una escritora de éxito. En 2001, y todavía lo recuerdo con exactitud, con siete años estaba en una cola interminable en el cine de mi pueblo, sin ser demasiado consciente de lo que estaba viviendo, pues en mi mente tan sólo había preguntas del estilo de: ¿Cómo van a ser Harry, Hermione y Ron? Mi padre compró las entradas, cogimos unas botellas de agua para saciar la sed que seguro nos provocarían las palomitas y fui rápidamente a coger un elevador para no perderme absolutamente nada.


Salí estupefacta. Salí creyendo ser Hermione Granger. Salí enamorada de Ron Weasley (Sí, yo iba al contrario de todo el mundo. Nunca me han gustado los protagonistas, me gustan más sus amigos). Salí creyendo más que nunca que todo era posible. Que Hogwarts era real. Que la magia era una forma de ver la vida. Desde ese momento, y a medida que fui creciendo con los personajes de la saga, pues en cada película veíamos el cambio, mi adicción por la historia fue acrecentando. Lo que yo sentí por esa saga fue una verdadera obsesión. Un amor incondicional que no entendía de nada. Para mí era lo mejor que había visto en la vida. Para mí J.K. Rowling era Dios. Me compré todos los suplementos relacionados con Harry Potter que salían en el periódico. Me releí páginas enteras. Vi millones de veces las películas. Sabía mucho más de la vida de sus actores que de la mía.


El 15 de julio de 2011 recibí un gran mazazo. Pensar que jamás iba a volver a ver a esos personajes que ya casi eran como miembros de mi famíla. Pensar que Daniel Radcliffe, Emma Watson y Rupert Grint iban a seguir haciéndose mayores pero ya no lo harían a mi lado. Que nunca más iban a ser Harry Potter, Hermione Granger y Ron Weasley. Lloré como una condenada. Estuve una temporada de “luto” por el fin de esa parte de mi vida. Al final entendí que no importaba que jamás volvieran a aparecer en la gran pantalla como los personajes que tanto tiempo habían interpretado, pues su huella, era imposible de borrar. Había quedado por siempre grabada en mí.

 

El Dulce Reencuentro viene cuando, después de meses en mi estantería, he tenido el tiempo suficiente para sumergirme otra vez en la escritura de MI DIOS. “Una vacante imprevista”, su nuevo libro, me ha dejado todavía más claro que J.K. Rowling es una de las mejores escritoras que voy a leer nunca. Y como bien dijo en una entrevista el GRAN Stephen King, yo también me declaro fan incondicional de Harry Potter y, como no, de su autora, porque nunca va a haber una saga que me tenga tan en vilo como me tuvo la de Rowling. Para nada comparable con la saga Crepúsculo, igual que King, opino que Stephenie Meyer jamás va a poder escribir algo que realmente valga la pena.


¡GRACIAS JOANNE! 





 En spotify suena Something de 'The Beatles'

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